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ESCRIBO PARA TI

Zdravka Evtimova

web

- Hoy no te he encargado que escribas - La mirada fría de mi marido está dirigida hacia mí.

- Lo hago por placer, respondo - una explicación inofensiva que Kalín se inclina a tolerar.

- Eres ordenada, y para mí el orden está entre las más altas virtudes.

Cuando utiliza el sustantivo "virtud", la conversación se encamina hacia Sanya. "Mañana nos viene a ver Sanya, así que quiero que en una hora pienses una propuesta de menú para el almuerzo."

Cuando me casé con Kalín, ¿qué es lo que me resultó atractivo? Hoy, su cuerpo aparece esbelto, pero en algunas personas incluso la esbeltez es un vicio. Se hizo verdaderamente rico. Hubo un tiempo en el que me equivocaba, creyendo que ese brillo fresco de sus ojos era una expresión de determinación. Hoy sé a ciencia cierta que una hora tras que los ojos de Kalín luzcan frescos, muere algún hombre guapo en un hermoso barrio de nuestra ciudad, en silencio o con un gemido, dependiendo de los medios que le hayan aplicado. Hace años, Kalín solía decir: "Me encanta que sepas leer y escribir. Contigo puedo encontrar en casa la cosa más minúscula, en cualquier momento." Los hijos nacieron, se hicieron grandes y se fueron a estudiar a un internado suizo. Él se hizo todavía más rico y se fijó en Sanya, a quien trae regularmente a casa, porque en ninguna otra parte están las cosas tan ordenadas con gusto. Yo estaba al servicio de Sanya y de Kalín - yo era una mujer limpia, que no les daba asco. "Quiero que cocines pescado con verduras al vapor. Preocúpate de que haya un vino digno." El valor de un vino digno va más allá de un determinado precio. Sanya necesitaba esta bebida a causa de su estómago delicado.

Nos encontrábamos en mi terreno, es decir la villa en Boyana, rodeada de muros blancos. Habrían sido hermosos, si no hubieran instalado cámaras en todos los espacios - y las había también en el jardín. Kalín quería estar seguro de que nadie robara en la villa de su propiedad - por supuesto que este "nadie" me comprendía.

- Hoy no me gusta tu forma de mirarme - señaló, aunque desde hacía mucho tiempo en general no lo miraba.

- Prepararé un pescado blanco con cilantro y salsa de queso Gouda - le dije. - A Sanya le encanta el queso 'jouda', así como los platos no convencionales de pescado.

- ¿Y has pensado qué postre le vas a ofrecer?

- Lo he pensado - dije, aunque me importaba un bledo cuál fuera el postre preferido de Sanya.

- ¿No te olvidarás de qué consecuencias puede tener?

- De ningún modo - confirmé. - Si no le gusta la comida, a la mañana siguiente me despertaré en la calle.

A través de la ventana abierta de la villa se oía cómo cantaban los pájaros. Su gorjeo me resultaba indiferente en el mejor de los casos. Sanya adoraba a Kalín y a los pájaros. Yo no adoraba a Sanya. La escritura no era un proceso agradable para mí porque:

- Nuevo material para la escritura - me informaba Kalín, echándome delante un trozo de papel donde el nombre y apellido de alguien estaban garabateados.

Yo escribí qué tipo decente, qué buen marido y padre había sido en vida el propietario del nombre correspondiente. Después de unos días vi ese mismo nombre, grabado en un hermoso memorial de mármol ubicado en el lugar de élite del Cementerio Central de Sofía.

- Una escritora como tú puede que alguna vez amanezca muerta - había dejado caer Kalín, pero no me preocupé especialmente. Demasiado pequeño pez soy en el río de sus negocios como para amanecer muerta. Mis realizaciones como escritora se limitaban únicamente a la redacción de desgarradores eulogios para los entierros. - Si a Sanya le gusta la comida que le preparas, vas a vivir una vida de prodigalidad en esta hermosa villa. Nada te va a faltar. Incluso te voy a comprar un pequeño todoterreno.

- Aprecio tanto los todoterrenos pequeños - le contesté.

- A pesar de todo, hoy hay algo que no cuadra - señaló Kalín. Quizás tenía verdaderamente razón. - Espero que el almuerzo esté listo a las 12:45.

- Sanya ha llamado. Hoy no va a venir a comer - le dije.

Sanya era una compañera de curso de nuestro hijo pequeño. Kalín se había fijado en ella en una fiesta de la clase, que había organizado nuestro hijo en casa. Ahora mi marido vivía con Sanya en el dúplex interno donde antes había vivido conmigo. Sanya tenía habilidades vocales muy desarrolladas, que Kalín profundizó, afirmándola como una estrella de la canción. Cuando la chiquilla no se sentía bien, lo que de hecho era su condición permanente, yo la llevaba al médico. Otra de mis tareas importantes consistía en servir a la mesa cuando ella comía, y no era una actividad agradable: Sanya notaba continuamente manchas en el borde de la copa, el tintineo de la porcelana la ponía nerviosa. Se había acostumbrado a llamarme repetidamente, con sus expresivos ojos fijos sobre los cubiertos - Acababa de llevarme la ensalada y Sanya quería todavía otro poquito. Oh, ¡cómo se habría sentido más tarde su pobre estómago! Yo sabía acerca de la sensibilidad de su pobre estómago, porque me mantenía en contacto constante con el Dr. Hristov, el mejor gastroenterólogo de la ciudad.

- No me agrada la forma en que me miras - suspiraba Sanya; no le gustaron los rollitos de cangrejo, de manera que durante dos meses me arrumbaron a vivir en un apartamento de mala muerte.

Kalín se negó a darme mi ropa y pasé bastante frío. Mi marido me sermoneaba para que no obstaculizase el desarrollo de Sanya. Una mañana, sin previo aviso, su chófer me trajo a la villa y entonces fue cuando Kalín por primera vez me comentó: "Tú eres una mujer ordenada. Arregla esta pocilga." - queriendo decir con "pocilga" la habitación de la diva y la sala donde profundizaba sus cualidades. Anteriormente, la villa había pertenecido a un amigo de Kalín, a cuyo funeral me vi obligada a asistir. Datan de aquel día mis arrebatos de escritura - mis suaves obras funerarias, rebosantes de silenciosa pesadumbre, dedicadas a las personas que mi marido había enviado al mundo de las sombras. Entonces leí en público mi primer eulogio fúnebre. Cuando concluí, todo el mundo lloraba. Me tocó una nueva obligación -Kalín me enviaba un enorme ramo de flores para los funerales de sus amigos-; este tipo de eventos se producían con frecuencia, los varones que asistían eran esbeltos, sus acompañantes jóvenes y hermosas, estrellas de la canción todas y cada una de ellas. Para muchos de ellos había cocinado bistec con queso Gouda. Por esa razón todavía no he amanecido muerta; puedo darle gracias, por supuesto, al entrañable queso holandés Gouda. Por otra parte, la gente apreciaba mi creatividad fúnebre. Confiaba en mí.

- Hoy me estás irritando - exclama Kalín. ¿Pero por qué tendría la mosca detrás de la oreja? No es casual que me enviase a decir el postrer adiós a sus mejores amigos de tantos años. Se enorgullecía de las palabras henchidas de sentimiento, con las cuales aspergía los fallecidos. El florista de quien compraba las coronas fúnebres, abrió una segunda tienda, animado por mis compras frecuentes. - ¿Por qué se te ha puesto esa cara tan larga, diantre? - me regañó Kalín.

- Sanya insiste en que la mencione en el eulogio - respondí con voz queda. - No lo creía, pero de veras te tiene afecto. Desea que me tome el tiempo para dar más pormenores de los niños - para que comprendan qué padre han tenido.

- ¿Qué dices entre dientes? ¿Qué haces, maldita sea?

Encima de mi ordenador también estaba instalada una cámara; era otoño, el tiempo era agradable.

- Hoy escribo para ti - respondí con voz queda.

 

 

© Zdravka Evtimova
© Fernando Sánchez Amillategui, traducción al castellano
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© E-magazine LiterNet, 06.06.2015, № 6 (187)