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EL SOMBREROTE
(Cuento sobre un niño mexicano)

Violeta Bóncheva

web

Cuando era un bebé, el pequeño Ramiro Gerardo se parecía a todos los niños del mundo: sus ropitas eran blancas, pulcras y olían a flor recién cortada y de color violeta, a leche fresca azucarada.

Su mamá - Blanca, en realidad tenía tres nombres - se llamaba María Blanca Elizabeth, pero Doña Celia, la abuela de Ramiro Gerardo, había elegido llamarla Blanca porque era blanca y tierna, como una margarita en primavera.

Pues bien, lo que iba a contar era que mamá Blanca adoraba el color verde claro. Por esa razón el cuarto de Ramiro tenía empapelado verde claro, cortinitas verde claro, pequeñas almohadas verde claro con flores verde claro. La batea en la cual lo bañaban era blanca, de gotas verde claro y todo el champú de bebé que compraban para el pequeño Ramirito Gerardito venía en frasquitos verde claro. Sobra decir que la toalla suave y enorme que lo envolvía después del baño también era del mismo color.

En general, iba creciendo entre una verdadera nube primaveral, ese joven ciudadano del gran estado de Nuevo León y respectivamente habitante de su capital - Monterrey - y de forma imperceptible llegó a su primer año de vida.

El cumpleaños se festejó en un enorme salón en el Palacio de los niños y entonces por primera vez Ramiro Gerardo vio tantísimos juguetes, tantas sorprendentes maquinitas que regalaban chicles, refrescos y dulces, y algunas incluso hablaban con los chiquitines.

En su honor se organizó un espectáculo infantil al cual asistieron conejitos y zorros, jirafas y cocodrilos, leones y leopardos. Especialmente para la ocasión había llegado también un osote del Polo Norte que regaló al festejado una caja repleta de helado.

Luego de cumplir un año, Ramiro Gerardo empezó a notar algunas cosas, por ejemplo limones menudos que rodaban por el suelo y vaya uno a saber de dónde provenían.

Una vez, cuando el chiquillo observaba con atención un caracol, muy cerca algo golpeó contra la tierra. Dio un vistazo a su alrededor y comprendió que encima suyo había desplegado sus encantos la frondosa copa de un árbol que resultó ser limonero. Precisamente de allí estaban colgando como solecitos los limones menudos que ya Rami conocía.

Para el chiquillo la lluvia fue toda una experiencia: ¡pero qué maravilla, y además mojaba!

La lluvia llegó de pronto. Pero antes de aquello, tras la reja de la ventana rodó una bola de neón, luego los cristales resonaron por un fuerte trueno y al final algo empezó, tupido-tupido, a golpetear contra ellos.

El pilluelo abrió los ojos hasta más no poder: ¡De seguro son caballitos! ¡Claro, son caballitos que andan paseándose encima de los cristales y hacen ruido con sus cascos!

Ramiro Gerardo palmoteaba sin dejar de gritar: ¡Los caballitos, los caballitos!

Entonces la niñera -así llaman en México a las mujeres que cuidan y educan a los niños-, quien no se separaba de él ni por un segundo, lo tomó en brazos para llevarlo a la terraza.

¡Oh, qué maravilla! Espesas gotas caían a cántaros sobre los parapetos del enorme balcón, luego descendían velozmente en forma de arroyuelos por el desaguadero y con seguridad después de aquello partían rumbo al centro de la ciudad para visitarlo antes de alcanzar las embocaduras de los profundos canales de desagüe de las calles.

¿Qué es eso?

Quizá precisamente esa pregunta quería hacer nuestro asombrado chiquillo pero sólo señaló los surtidores del cielo y pronunció: ¿Y los caballos?

Su niñera lo abrazó y dijo: ¡Lluvia, eso es la lluvia!

Una mañana Ramiro Gerardo se despertó por algo que mediaba entre una llamada de auxilio y el grito de un hombre que de súbito se hallara plantado delante de un perro de raza bulldog. Se levantó de su almohada verde claro y con la mano hizo a un lado las persianas. Vio entonces que frente a la puerta de entrada se hallaba un hombre joven que sostenía en sus manos un paquete.

Rami no supuso que se tratara quizá del repartidor de cartas y periódicos porque aún no lo conocía. De seguro no era un vecino porque éste hubiera entrado en su casa. ¿Pues entonces quién era?

El vendedor de queso blanco y de queso amarillo -explicó la niñera al curiosuelo. Después cortó un trocito de aquel manjar y se lo ofreció. El chiquitín lo probó con timidez, luego fue masticándolo despacito, despacito.

A partir de ese día, nuestro pilluelo esperaba con impaciencia a que pasara el vendedor y pensaba: Ojalá que no sea tan temprano, cuando todavía yo esté soñando.

 

EL SOMBRERO

RamiRamiro Gerardo descubrió ese increíble sombrero mexicano cuando vio que se desplazaba hacia él, montado en dos patas, entre el gran calor que en las horas de la tarde era pesadísimo.

¡Qué maravilla!

De este modo exclamó para sí el chiquillo porque el espectáculo era insólito: ¡un sombrero con barriga!

Cuando el sombrero andarín se acercó, movió la cabeza en señal de saludo. La niñera hizo otro tanto y en su rostro apareció el óvalo de una sonrisa. Incluso lo siguió con la vista hasta que el sombrero se ocultó tras una esquina.

Días después en la calle apareció un sombrero más, también blanco y grandísimo, y bajo su ala asomaban dos bigotes, y además negros.

¡¿Acaso hay sombreros con bigotes?!

La niñera lo abrazó: Hay todo tipo de sombreros: de bigotes y barba, de cabello largo, algo ladeados y echados hacia la nuca. Esos sombreros - explicaba ella - son un invento mexicano y nunca puedes confundirlos con cualquier otro tipo, no importa en qué parte del mundo estés. Porque ningún otro sombrero lleva un nombre en el que haya dos veces la letra “o” y ninguno de los nombres de los sombreros suena así, tan melodioso, cuando lo pronuncias. Un verdadero sonido de plata se oye cuando dices: ¡“sombrero”!

Pero si es un paraguas completo, ¿verdad?

Eso quería decir Ramiro Gerardo, señalando con el índice rumbo al recodo.

Respondiendo a aquella admiración, apenas al día siguiente la niñera llevó a su amiguito al parque, donde había un lago. Alrededor de éste unos hombres se habían sentado en mecedoras (es decir, silla para mecerse) o directamente en el suelo, y sostenían en sus manos largas cañas de pescar mientras que en sus cabezas se balanceaba un sombrero.

Rami alzó el índice en dirección a los pescadores: ¡Aquí hay muchos, pero muchos sombreros!

Así es -le acarició el cabello su amiga, la niñera, y se encaminaron hacia los columpios.

 

LOS MARIACHIS

Era una estrellada noche de marzo. Los gatos aún no se habían retirado a dormir. Saltaban por los techos, luego descendían por el tronco del limonero, levantaban leves ruidos entre las hojas de las macetas del patio y con la cola borraban sus huellas en el balcón. Uno de ellos se había acurrucado en el borde: exactamente allí, donde se hallaba la camita de Ramiro Gerardo y ronroneaba, ojalá que así Rami lo oyera y de ese modo le hiciera compañía en su vigilia.

Pero Rami ya había penetrado muy adentro de su primer sueño al cual habían llegado aquellas grandes y cálidas gotas de lluvia. Esta vez eran tan bellas que parecían mariposas transparentes: tenían alitas y chapoteaban en el parapeto del balcón con pantuflas azul celeste.

De pronto las gotitas se formaron en dos filas y se pusieron a bailar con nuevos pasos: rítmica y ágilmente, graciosa y embelesadamente.

¿Qué había ocurrido?

Esa pregunta cruzó por el sueño de Ramiro Gerardo como una flecha y sin darse cuenta se encontró sentado entre sus suaves cobijas de cuadritos verde claro.

Entonces comprendió que la música que bailaban las cálidas gotitas de lluvia provenía de la terraza del primer piso. Rami empujó las persianas y vio a seis personas: hombres vestidos con trajes blancos. Llevaban en sus cuellos pañuelos de seda rojos mientras que sus sacos estaban ribeteados con galones dorados e iguales botones. En sus cabezas lucían sombreros de terciopelo rojo, adornados con lentejuelas brillantes.

Son mariachis -lo abrazó la niñera-, músicos que interpretan música mexicana y tocan de maravilla la guitarra, la trompeta, el violín; en una palabra, todos los instrumentos. Viajan por el mundo y alegran a la gente con sus voces y canciones melodiosas y sensuales en las que sobre todo se le canta al amor.

¿Y qué es “amor”?, quería preguntar Rami, pero en lugar de eso prestó oídos a la música de los mariachis y a su canción, en la que cantaban en coro “ay-ay-ay”, como si en la oscuridad hubieran divisado a los gatos en vela de ojos fosforescentes.

 

ELOTE

Cerca de la maceta donde arrastraban sus tallos Romeo y Julieta -así se llamaban las flores plantadas allí-, Ramiro Gerardo descubrió dónde vivían las hormigas. Era una pirámide de tierra menuda que tenía un huequito en la parte de arriba: a todas luces la puerta hacia su hogar. Las hormigas escalaban la pirámide, entraban en algún lado, muy adentro, por los invisibles laberintos del hormiguero para almacenar los minúsculos granos reunidos. Luego salían y de nuevo partían por sus veredillas.

El curiosuelo las observaba y no se atrevía a tocarlas con la delgada varita que sostenía en su mano. Pensaba que estaría muy bien si él mismo pudiera echar un vistazo al tunelillo bajo la tierra, pero al mismo tiempo suponía que tal vez las hormigas picaban o algo por el estilo, por tal razón permaneció así: inclinado sobre el hormiguero, azorado por aquellos menudos y casi invisibles movimientos de los insectos que tan bien se orientaban al tomar el camino a casa.

- ¡Elote, eloteeeeeeeee!

Aquel grito repentino, acompañado del ruido uniforme de unas ruedas que giraban, sobresaltó a Ramiro. Corrió hacia la puerta de entrada que era una hermosa reja de hierro y vio que un hombre de camisa blanca, con un amplio sombrero de paja, aunque sin bigote, iba empujando un carrito de cristal.

- ¡Elote, eloteeeeeeeeeee!

Detuvo el carrito delante de la casa. Entonces la niñera sacó una moneda de su bolso y la deslizó en la mano del hombre de camisa blanca, con sombrero, pero sin bigote. Hábilmente él llenó el vaso de plástico de grano de maíz cocido, lo revolvió con mayonesa, para adornarlo luego con chile rojo.

Se llama elote - la niñera extendió el vasito a Rami, pero él no quiso probar porque le llegó un olor a picante.

La niñera asintió con un movimiento de cabeza y después cuchareteó un poco del preparado.

Rami, agarrado a la reja, siguió con la mirada al elotero y a su carrito de cristal hasta que desaparecieron de su vista. Después regresó de nuevo donde las hormigas, las cuales no cesaban de entrar y salir de su hormiguero.

 

EL OCÉANO ATLÁNTICO

A los dos años y pico, Ramiro Gerardo conocía no sólo el mundo a su alrededor. Sabía, por ejemplo, que en Navidad se recibían regalos y se cocinaba pavo asado. Sabía que por esa misma temporada se adornaba el pino navideño, cuyas guirnaldas de luces multicolores alumbraban de día y de noche para recrear una atmósfera de fiesta. A casa acudían muchas visitas. Las mujeres tomaban café o ponche - una bebida aromática, parecida a una compota - de frutas exóticas: tejocote, guayaba, canela y caña de azúcar. Hablaban de muchas cosas, incluso sobre las vacaciones en el verano que todavía se hallaban muy distantes de la Navidad.

Pero, como dice la canción - el invierno pronto pasó, - así es en México: una vez llegado el verano, toda la familia se preparó para el viaje. Al ford subieron Ramiro Gerardo y mamá Blanca, tita Celia -la abuela materna del diablillo, - la tía Elva y la abuela Carmen. En el lugar del chofer se sentó papá Ramiro mientras que Rami se dejó abrazar por su niñera, quien de inmediato y a hurtadillas le deslizó en la boca un dulce de chocolate.

Quiero que siempre guardemos un pequeño secreto entre nosotros - miró el chiquillo a su niñera, - aunque se trate de un dulce o un biberón, lleno de leche fresca y chocolate. ¿Estás de acuerdo? Como respuesta recibió sonoros besos: esa fue la contestación de la niñera en lo referente a los secretos pequeños y sabrosos.

Finalmente el ford llegó a Tampico, un famoso centro vacacional sobre el cual se cantaba no sólo en las canciones mexicanas. El bochorno era insoportable y todos quisieron refrescarse de inmediato en la playa. ¡Ésta era tan anchurosa que Rami pensó que reunía a todas las playas del mundo! Y con razón: Tampico era una ciudad en el Golfo de México, ¿pero acaso tiene éste principio y fin?

Después de atravesar la larga tira de arena, el chiquillo llegó a las aguas del océano. Hundió los pies en ellas y palmoteó: ¡El agua está fantástica!

¿Me vas a enseñar a nadar? - preguntó mientras señalaba las olas.

La niñera asintió, lo cual era ciertamente una promesa. Ambos partieron frente al abrazo del Atlántico, el cual resplandecía como si lo cubriera una malla de oro.

 

MATACHINES

Tita Celia y Ramiro Gerardo, junto con su fiel niñera que era como su sombra, estaban de visita en casa de Doña Carmen, la abuela paterna del chiquillo.

Era una fecha muy especial, 12 de Diciembre, uno de los festejos más sagrados para los mexicanos: el Día de la Virgen de Guadalupe. Durante ese día, todos se dirigían a las iglesias para ofrecer flores a la Virgen, a rogar por su salud y por el perdón de sus pecados.

La mesa que había preparado Doña Carmen estaba colmada de manjares, entre ellos panecillos, papas fritas, jugos, dulces y un montón de cosas más.

Después de probar de todo, Rami decidió que lo mejor sería examinar el jardincillo delante de la casa, pues allí siempre se paseaba un gato enmarañado que no permitía que ningún perro se acercara, incluso aunque éste fuera de raza.

Enseguida encontró al gato. Se había tendido bajo la sombra de una hermosa enredadera, quizá la más hermosa del mundo, que se llamaba bugambilia. El gato meneaba perezoso su cola contra el pasto y al oír los pasitos del niño, abrió uno de sus ojos.

Ajá - se dijo, - es Ramiro, no voy a arruinar mi tranquilidad y salir huyendo, porque él y yo somos amigos.

Así es - se puso Rami en cuclillas cerca del gato y quizá quería preguntarle cómo se llamaba porque hasta ahora nunca lo había hecho, cuando oyó un extraño ritmo de tambores.

¿Qué es eso?

El chiquillo había alzado interrogante el índice en dirección a los tambores.

Entonces todo el grupo - tita Celia, la abuela Carmen y Ramiro Gerardo - se encaminó rumbo al sitio de donde éstos se oían. El gato se quedó con los ojos cerrados bajo las sombras de la enredadera rebosante.

Llegaron a una placita en la que se había aglomerado mucha gente, casi toda de la colonia. En un escenario, vestidos de forma muy abigarrada, con atuendos de lentejuela y sandalias, muchachos y muchachas bailaban sus extrañas danzas. Sus cabezas estaban adornadas con penachos multicolores. Eran tan bellos y vistosos que todos se colmaron de admiración pero más que nadie Ramiro Gerardo, ya que por primera vez veía a un corrillo tan abigarrado ¡y que además danzara!

¿Quiénes son?

Entonces tita Celia y la abuela Carmen, a una sola voz, respondieron a su nieto: Matachines. Van vestidos con trajes aztecas y danzan en honor de la Virgen de Guadalupe: hoy es su fiesta.

¿Y qué es eso de aztecas?

 

LOS AZTECAS

La palabra “aztecas” tenía algo de extraña; para recordarla, Rami incluso preguntó varias veces a tita Celia y también a la abuela Carmen.

Al ver los hermosos atuendos aztecas, ribeteados de lentejuelas, multicolores y complementados con un penacho en la cabeza, el chiquillo deseó también vestirse con un traje tan alegre como ése y ponerse a bailar al son de las interminables danzas de los matachines.

Rami no lo sabía, y era aún muy pequeño para que se lo explicaran, que los aztecas están entre los habitantes más antiguos de la tierra mexicana: herederos de los mayas. Por su parte, los mayas fueron una antigua civilización, avanzada en muchos aspectos. Ellos crearon la cultura maya, poseían además veintisiete jeroglíficos, sabían contar. Entendían de astronomía y matemáticas e inventaron el cero. Crearon también el calendario más exacto del mundo: el Calendario de los mayas.

¿Y dónde están ahora los mayas y los aztecas? La niñera leyó aquella pregunta en los ojos de su consentido.

¿Acaso no los sientes?

La niñera lo abrazó y puso una mano en su corazón: Presta oídos a tu sangre - parecía decir ella; - si oyes el ritmo de los tambores, si oyes los pasos lejanos de la gente que ha pasado por esta tierra, comprenderás de dónde han llegado y hacia dónde van los mayas y los aztecas. Y también tú.

 

LAS PIRÁMIDES

Por primera vez, cuando fue con su niñera al Gran Parque, el protagonista de nuestro cuento advirtió que en algunas placitas, entre los amplios prados verdes, había unos plomizos cúmulos de cemento blanco hacia cuya cúspide llevaban innumerables escalones construidos por los cuatro costados.

Rami, entusiasmado por los incontables escalones que parecían llevar al sol, empezó a tomarlos porque creía que al subirlos podría tocar al Astro rey.

En efecto, cuando alcanzaba la cumbre, el niño extendía los brazos y sentía cómo los rayos del infatigable astro dorado se entretejían a través de sus dedos y acariciaban su rostro.

Antes de marcharse del parque, Ramiro tiró de la mano de su amiga, quien era como su sombra, y señaló hacia las construcciones de cemento.

¿Cómo se llaman esas obras?

Pirámides, así se llaman esas reproducciones de los grandes monumentos mexicanos. Fueron construidas en tierras de México y tienen miles de años. La más alta de ellas, la Pirámide del Sol, es de 72 metros. Cerca de ella se encuentra la Pirámide de la Luna que tiene 42 metros de altura.

Y yo ¿qué tan alto soy?

La niñera abrazó a su consentido: Si eres siempre así de curioso, ¡muy pronto crecerás!

Sonoros besos se estamparon en las mejillas de Ramiro Gerardo.

¿De veras me quieres tanto?

El chiquillo tiró de la mano de su acompañante.

La niñera nada dijo, sólo rozó cariñosa las mejillas de Ramiro con unos cuantos besos más.

 

LA DIOSA IXEL

Ramiro Gerardo no sospechaba de la existencia de muchas cosas, tampoco que diosas y dioses dominan el mundo. Él estaba repleto de curiosidad hacia lo visible y lo tangible, y ésta se volvía más y más grande con cada día que pasaba.

Un día conoció al perro callejero Au-Bau. Éste lucía muy triste y aullaba prolongadamente delante de la casa. Luego quedó claro que estaba hambriento, y después que tenía sed. Cuando todo eso estuvo en orden, Au-Bau se acurrucó bajo la sombra del limonero y se quedó dormido.

Desde ese día en adelante, Rami compartió su desayuno con él. Au-Bau estaba tan contento y agradecido que, hasta muy entrada la noche, permanecía despierto frente a la puerta de la casa.

Una noche, era ya muy tarde, nuestro amigo se despertó por algo que mediaba entre un llanto lastimero y una canción.

¿Qué es eso?

La niñera le puso una mano sobre los hombros: ¿Acaso no reconociste a tu amigo Au-Bau?

Ramiro tardó largo rato en quedarse dormido porque no sabía si el perro estaba cantando o llorando.

Al día siguiente, temprano por la mañana a la hora del desayuno, él le preguntó a su amigo acerca de la historia de la noche pasada.

Au-Bau empezó a ladrar y la niñera comenzó a traducirle al niño:

¡Anoche la diosa Ixel apareció espléndida en el cielo! ¡Llevaba un vestido de tul plateado y en su cabeza lucía una corona de estrellas!

¿Y quién es la diosa Ixel?

¿Acaso no sabes que la diosa Ixel es la luna misma? Aparece sólo una vez al mes en todo su esplendor y cuando yo la veo así, le ofrezco mi serenata la noche entera...

Según las creencias de los mayas - completó la explicación de Au-Bau nuestra amiga la niñera, - la diosa Ixel también es la diosa del agua, porque adora contemplar su belleza desde lo alto, hasta del cielo, en los ríos, los lagos y los mares, y de esta manera su hermosura se multiplica.

Voy a esperarla esta noche, para verla - decidió Ramiro Gerardo.

Y yo estaré despierto debajo de tu ventana - sacudió el rabo Au-Bau y partió rumbo a la sombra del limonero.

Era la hora de la cena. Luego iba a aparecer en el cielo la diosa Ixel para contarle al chiquitín acerca de sus largos viajes...

Probablemente Au-Bau también aguardara ver a la más hermosa enviada del cielo, quien iba a aparecer una vez más esa noche con su vestido de volantes de tul plateado y con una corona de estrellas.

El sueño se había ocultado bajo la pequeña almohada de Ramirito y lo esperaba para sorprenderlo con muchas aventuras que iban a suceder más adelante.

 

 

© Violeta Bуncheva, 2004
© Reynol Pérez Vázquez, traducción, 2004
© E-publishing LiterNet, 28. 02. 2004
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First edition, electronic.